Una leyenda de Guatemala
¡Ay madres de Santiago de
los Caballeros que tenéis hijas, esconderlas! Dicen unos. ¡Mejor
huir con ellas, ha llegado “El Sombrerón”! Dicen otros.
Nada fácil es deciros como
es “El Sombrerón”. Es un hombre bajito, muy bajito, que para
ganar altura siempre lleva puesto un enorme sombrero charro de
gala, negro con muchas lentejuelas y 66 pequeños corazones de
espejo. La cinta de su sombrero lleva bordad, con hilos de
plata, la frase en k’ekchi:
“LAAT AJCUI’ UT XAATOCH’ OC”
(Sólo tú has tocado mi corazón)
Esta resultaría la grase
más cínica de toda la historia de la humanidad.
Cuando descabalga de su
caballo alazán peruano de patas cortas, dicen unos, pero las más
resistentes de su especie, dicen otros, nos sorprende ver un
sombrero con piernas. Esta es la sensación que uno siente cuando
uno ve por primera vez a “El Sombrerón”.
Será por sus enormes y
caídos mostachos, que viene de Méjico, dicen unos. Sí, que todo
lo malo viene de Méjico, dicen otros. De sus lustrosas botas
destacan sus espuelas de plata, que al andar tintinean con un
ruido entre cascabeles y campanillas.
Sólo se le ve de noche.
Como los diablos, dicen unos. Como los vampiros, dicen otros.
Y cuando de noche, por una
empedrada calle de Santiago de los Caballeros anda “El Sombrerón”,
el sonido de sus espuelas suena hechizante y todas las muchachas
de la calle quedan aleladas por su tintineo.
Cuando “El Sombreron” se
para frente una ventana, la joven que está detrás con manos
temblorosas la abrirá y empezará un largo monólogo de “El
Sombreron” que siempre terminará igual: abriendo la muchacha la
cancela de la casa.
Que si tiene poderes
demoníacos, dicen unos. Que en sus espuelas lleva “caca muchin”
(planta opípara) dicen otros.
“El Sombrerón” además es un
descarado, no respeta ninguna escala social. Lo mismo se “ocupa”
una noche de una mozuela de la calle Menchén, que a la siguiente
de una hidalga española de la Plaza de Armas.
Pero la gota que colmó el
vaso, fue cuando sus espuelas sonaron por la trasera del
Convento de la Concepción y una novicia abrió la puerta del
huerto…
Tenemos que encontrar una
solución al tema del “Sombrerón”, dicen unos. Sí, pasan las
semanas y las barrigas engordan, dicen otros.
Y los días dan paso a las
noches y las noches a los amoríos lujuriosos de “El Sombrerón”.
Hasta que la misericordia
de Dios, dicen unos, o las fuerzas del diablo, dicen otros,
provocaron el gran terremoto de 1773 y se llevó al “Sombrerón” y
las preñadas, dicen otros.
FIN
Joaquin Mititieri i Garcia
Gelida, 7 de septiembre 1998.
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